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María, la novela que contó las reformas liberales en Colombia
Este año "María" cumple 150 años.
La mayoría de los colombianos la recuerdan como una novela romántica, pero
pocos son conscientes del ingenio y la belleza con los que mostró los cambios
cruciales que el país vivió a mediados del siglo XIX.
POR
Felipe Martínez Pinzón*
Razón Pública .com, Agosto 28, 2017
http://www.razonpublica.com/index.php/cultura/10491-mar%C3%ADa,-la-novela-que-cont%C3%B3-las-reformas-liberales-en-colombia.html
http://www.razonpublica.com/index.php/cultura/10491-mar%C3%ADa,-la-novela-que-cont%C3%B3-las-reformas-liberales-en-colombia.html
Literatura y realidad
¿Qué es un clásico? De acuerdo
con el crítico Julio Ramos un clásico es aquel que borra las fronteras entre
literatura y realidad. La novela trasciende sus páginas y pasa a contornear la
apariencia del mundo en el cual se basó. Así, el clásico abre túneles entre el
mundo de los libros y el libro del mundo: las fronteras entre Cervantes y el
Quijote se borran, así como las de Aracataca y Macondo.
Este ha sido el caso de María,
la novela de Jorge Isaacs, primer clásico escrito en Colombia y publicado hace
150 años. A quienes visiten la Casa Museo El Paraíso y estén familiarizados con
la novela de Isaacs les llamará la atención cómo la disposición de la casa y la
narrativa que hilvana confunden la realidad con la novela. En el recorrido se
le pide al visitante que se asome al dormitorio de Efraín o pasee por el rosal
de María. Inclusive, llevando las alianzas entre literatura y realidad al
extremo, el visitante es invitado a vestirse con las ropas de los protagonistas
y a posar frente a la casa para una foto.
El propio Jorge Isaacs fue el
primero en poner en escena este juego de espejos entre el novelista y sus
personajes. Espesando las nieblas de misterio tejidas por un público fascinado
por la novela, Isaacs mismo se prestó para ser el picaporte entre realidad y
ficción. Famosa es su fotografía posando como si fuera Efraín en una escena de
la novela. Con su característico bigote, armado con una escopeta, un sombrero y
una libreta de apuntes a sus pies, Isaacs le dio vida a la escena de la novela
en la que Efraín, acompañado de Braulio y José, sale a cazar un tigre.
El juego de espejos entre
Isaacs y Efraín, materia de ríos de tinta, abre paso a otra serie de
entrecruces entre literatura y realidad. Tal como lo ha estudiado el
antropólogo y arqueólogo Luis Francisco López Cano, existe hace décadas en el
municipio de El Cerrito, en el Valle del Cauca, una tumba con el nombre de
María. Los más viejos del pueblo dicen que ahí está enterrada María Isaacs. De
igual manera, en la novela la protagonista es enterrada en una aldea cercana a
la hacienda de la familia de Efraín y su tumba, como la que estudia López Cano,
es decorada con una sencilla cruz de hierro.
Las marcas que la novela ha
dejado sobre la realidad son múltiples. Otro ejemplo: en el municipio de El
Cerrito, en el mismo lugar que usualmente ocupa un prócer de la independencia,
una estatua de los protagonistas de la novela —María cargada de flores, Efraín
con impecable levita negra— adorna el parque principal de Santa Helena.
Una historia de desarraigo
Como novelista, Isaacs conocía
las relaciones que se tejen entre las palabras y las cosas, entre las formas de
decir y las formas de tener. Entre 1864 y 1865 escribió su novela en los
momentos de descanso que le dejaba trabajar, con peones a su cargo, como
inspector de obra en un camino de Cali al Pacífico. Por encargo del general
Tomás Cipriano de Mosquera aceptó este puesto luego de perder la hacienda
familiar.
Isaacs no era entonces más el
hacendado sino el hombre sometido a las premuras del salario. En el campamento
de la Víbora, en el Pacífico colombiano, bajo las estrellas y los guásimos,
recuperó con la ficción lo que había perdido en la vida: el techo de la casa
paterna.
Desvincular lo hispano de lo
colombiano es lo que hace a María la novela más moderna en
Colombia
La distancia entre la Víbora y
la hacienda paterna es la materia que alimenta la novela. María aborda
un momento clave en la historia de la Colombia del siglo XIX. En el lapso entre
la década del cuarenta en la hacienda paterna y la década del sesenta en el
campamento de la Víbora está la historia de los cambios que suscitaron las
reformas introducidas por el Partido Liberal en 1849.
Con ellas se abolió la
esclavitud, se desestancó el tabaco, se declaró la libertad de prensa, se introdujo
la navegación a vapor y se privatizaron buena parte de los resguardos
indígenas, entre otras. Estas reformas hirieron de muerte las economías basadas
en la mano de obra esclava y con ello ayudaron a quebrar las haciendas del
padre de Isaacs. Al mismo tiempo estas reformas crearon y legitimaron nuevos
sujetos: esclavos liberados, indígenas forzados a mestizarse o empresarios de
tabaco.
Las reformas no solo
significaron una producción de nuevos sujetos en las clases populares, sino
también en las clases altas. Siguen siendo un misterio las motivaciones que
llevaron a Isaacs a adherirse al Partido Conservador —con el cual luchó en
contra de Mosquera en la guerra de 1860— hasta hacerse un ferviente radical a
finales de la década del sesenta.
Tengo para mí que el espíritu
de las reformas liberales le dio la posibilidad de entenderse como un
colombiano de las élites sin adherirse a un ethos hispánico.
Como estudiante en la Bogotá de principios de la década del cincuenta, Isaacs
vivió el ambiente de intensa francofilia de las élites letradas. Además de las
huellas visibles de Chateaubriand en María, los títulos de sus
obras de teatro —Amy Robsart, Paulina Lamberti y Los montañeses en Lyon— dan
cuenta de las lecturas de los intelectuales de la época.
Producto de estas lecturas, las
reformas liberales —solo agudizadas por la Constitución del 63, fruto de la
guerra del 60— provocaron un debate público, acicateado por liberales como
Murillo Toro y sufrido por patricios hispanos como Julio Arboleda o José María
Vergara, acerca del lugar de España en el pasado y el presente de Colombia.
Para la élite liberal España significaba atraso y fanatismo. Para la
conservadora, el único lugar desde dónde explicar la posición de Colombia en la
civilización occidental.
Hijo de un judío jamaiquino y
de una madre del Chocó, provinciano, sin apellidos –y ahora sin tierras– que lo
ataran a viejos abolengos coloniales, Isaacs buscó ser colombiano por medio de
otras afiliaciones étnicas que no pasaran por la hidalguía de sus aristócratas
paisanos caucanos.
Las últimas disposiciones de
ser enterrado en Antioquia dan fe de que Isaacs creyó el mito del origen judío
de los antioqueños. A partir de este imaginado origen compartido creó una
comunidad colombiana no hispana en la novela. El lector recordará que Efraín se
identifica con los colonos antiqueños en el Cauca. La propia tumba de Isaacs en
Antioquia confirma el valor que tuvo para él en vida esta narrativa de
comunidad no hispánica.
La creación de vínculos
Desvincular lo hispano de lo
colombiano es lo que hace a María la novela más moderna en
Colombia. Esta ruptura permite a María a recibir en sus
páginas las historias de africanos esclavizados como Nay, las de los migrantes
antioqueños y las de judíos jamaiquinos como María o el padre de Efraín. Estas
historias no representan a los afrodescendientes ni a los campesinos por medio
de la esclavitud o la explotación laboral, sino a partir de una experiencia
histórica: el viaje y, más importante, el relato que ese viaje deja como marca
del origen de esos cuerpos forzados o no a viajar.
A través de la literatura María libera
—en el espíritu de las reformas liberales— a los cuerpos de su atadura laboral
y los abre a la experiencia histórica. No son esclavos o campesinos únicamente,
como lo quería la literatura de tipos y costumbres, sino que lo son por
circunstancias históricas precisas y pueden dejar de serlo.
A través de la literatura María libera
a los cuerpos de su atadura laboral y los abre a la experiencia histórica
Estas comunidades no hispanas,
africanas y judías que pueblan la novela, no atadas al paisaje ni a la labor,
hacen de María una novela que le da forma, mejor que ninguna
otra en Colombia, a las reformas liberales de mitad del siglo XIX, reformas que
luego Isaacs defendería en los campos de batalla y en la prensa política.
Al desatar a las clases
populares de la labor Isaacs también desató a los hacendados del poder sobre la
tierra. El lector recordará el retrato, no muy halagador, que la novela hace de
la familia M***, estampa de un decadente patriciado hispano caucano. Su
heredero, el joven hacendado Carlos M***, se preocupa más por posar frente a un
espejo que por cultivar pastos de guinea en su hacienda. Orgulloso del “huerto
de sus antepasados”, ahíto de pasado, Carlos M*** no logra concretar ningún
vínculo matrimonial. Su soledad y su falta de alianzas con las clases populares
lo ponen ante el abismo de la historia.
Como esas estatuas que replican
a los protagonistas de la novela en los parques públicos, Maria logró,
en un giro de una ironía conmovedora, atar al novelista a la tierra que había
perdido, así como ganó tumbas en Colombia para la africana Nay y la judía María
(cuyo nombre en Jamaica era Esther). Isaacs, como Efraín, recupera su tierra a
partir de la letra, no como un hacendado fantasmal que vuelve a recuperar sus
propiedades, sino como un escritor moderno consciente de que en la construcción
de una nación son más importantes los símbolos que los lugares.
* Profesor de
literatura latinoamericana en Brown University y autor de Una cultura
de invernadero: trópico y civilización en Colombia (1808-1928). @martinezpinzon
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